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martes 07 de mayo del 2024
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El maestro Pérez Gago y su Esthética Originaria

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LA ESTHÉTICA ORIGINARIA Y SANTIAGO PÉREZ GAGO. BIOGRAFÍA DE UNA REVELACIÓN

Con respecto a lo que se ha venido en llamar Esthética Originaria, nos parece cada día más diáfano que nos encontramos ante una sabiduría que ha ido tomando manifestación en un hombre y, esto es lo sorprendente: hombre que ha servido como medium para que en él hable el silencio. Después de intensas lidias interiores no nos parece exagerado considerar a la Esthética Originaria como una auténtica revelación, una revelación -y esto parecerá aún más grave- que se nos antoja vértice de un modo de sabiduría que se ha ido testimoniando a lo largo de la historia. Una sabiduría que podemos considerar perenne en la humanidad, lo mismo que escondida, marginada, esotérica, iniciática, pero fundamental.

Para probar la naturaleza revelada de la Esthética Originaria, bastaría con la fe. Es decir, nuestra convergencia en sus convicciones, nuestra consurgencia; esto es: nuestra iniciación. Pero además, no está de más añadir que esto puede avalarlo una trayectoria, una coherente biografía sinóptica de destino, como ya se ha tratado de esbozar en otro sitio . Trayectoria donde vida y obra cobran sinonimia. La “obra” de Pérez Gago, la Esthética Originaria ha sido “obra” en él. Incluso desde las coordenadas de razón, nos parece impensable que una labor intencional y plenamente dedicada de un pensador o un escritor obtuviera como fruto -ni siquiera como producto-, los más de ochenta cuadernos que constituyen el corpus esthético y, además, -la extensión y la cantidad quizá serían lo de menos-, con la coherencia interna e intensidad cenital, calidad sapiencial, que queda reflejada últimamente por núcleos axiomáticos como la Urdimbre Axial o la Inicial Nuclearidad. Es más, si no se trata de revelación cómo explicarían los exégetas y eruditos que en la Esthética Originaria no sólo hay una profunda ‘revisión’ del lenguaje al uso, sino que se ha dado la creación de un propio idioma. Y por otro lado, cómo es posible que esa sabiduría no caiga en la mera subjetividad y en su camino hacia la interioridad alcance cotas universales, trascendentales, arquetípicas. Y todo esto, -como toda auténtica sabiduría-, se ha ido forjando a contrapelo de las modas y de las cosmovisiones de la sociedad y el academicismo oficial.

Permítaseme apuntar que estas afirmaciones tan sólo las hacemos desde nuestro más profundo anhelo de saber, nuestra cada vez más palmaria vocación y destino de filó-sofos. Podrán arrebatarnos la categoría de sofos, incluso la de amantes (aún actividad) de sofía, incluso la de pretendientes (aún hay intención), pero jamás la de “dispuestos” y, en mejor idioma esthético: deponentes, donde ya es la iniciación la que manda. En nuestra corta pero intensa trayectoria hacia la sabiduría, donde hemos tropezado en no pocas ocasiones con distintos modos de filosofía, a lo largo de lo que se ha llamado historia de la filosofía, y occidental, -que es a lo que se reduce por desgracia en nuestro mundo la licenciatura en la mal llamada carrera de filosofía-, hemos tenido oportunidad de contrastar la erudición en las obras de los autores en la universidad oficial y en la bibliografía establecida, con la iniciación sapiencial en la llamada Universidad Central de la Esthética Originaria y en el fundamental libro de la vida. Eso nos permite, con clara y sincera modestia, atrevernos a considerar la Esthética Originaria como una nueva filosofía, o mejor como un claro designio de recuperación mejorada de la sempiterna filosofía que ha vivido soterrada como el espíritu a través del tiempo, y que sólo en ocasiones y en espíritus preclaros (los Órphicos, el Cristo, el Buda, los místicos, los gnósticos, ...) ha tomado velado cuerpo, dentro siempre de la imposibilidad, pero a la vez inevitabilidad, que el espíritu tiene de manifestarse. Es precisamente por esto, por lo que hemos calificado aprovechando esta publicación no sé si acertadamente de “aviso” (revisión revolucionaria radical y despertadora) la Esthética Originaria.

LA ESTHÉTICA COMO ‘REVISIÓN’ DE LA REALIDAD

La prístina revelación de Esthética Originaria ha consistido desde su nacimiento -quizá nació para ello- en cuestionar de una manera radical -no hemos encontrado en nuestra investigación, una visión tan vivencial de esta convicción a lo largo de los siglos-, la naturaleza de lo que se ha venido llamando realidad. Independientemente de los más o menos latentes intentos de la cultura, filosofía, arte, religión, incluso la ciencia, asentados en un implícito o explícito escepticismo como órganon de trabajo, para mostrarnos los límites del conocimiento humano, cierto sentido común o cosmovisión perenne de corte pragmático y empírico -funcional, se dice ahora-, ha mantenido a la “especie” humana en el supuesto de que la realidad es la que nos aparece a los sentidos. Es la fe en la realidad objetiva .

Por supuesto que ha habido intentos de trascender esta visión tan inductiva del conocimiento y se ha ido a la búsqueda del sujeto trascendental, más allá de un psicologismo o de un particularismo, que pudiera echar por tierra las ansias de la filosofía por aclarar de forma general y para siempre -universal se han atrevido a decir- la explicación definitiva de la posibilidad del conocimiento. Si bien esto no ha sido siempre el principal objetivo de la filosofía -ni siquiera quizá el de Aristóteles o Kant-, si lo fue cuando en la interpretación de la Ilustración se reconoció este rumbo definitivo.

Pero incluso estos intentos trascendentales no han podido escapar al fundamento de todas las cosmovisiones que hemos englobado bajo el nombre, quizá no acertado, de “sentido común”, es decir, la hipótesis incuestionable, generadora de la división, el cisma entre dos protagonistas del conocimiento, esto es: un sujeto que conoce y un objeto conocido.

Aquí es donde entra la novedad de la Esthética Originaria como veremos. No me pregunten todavía a qué es debido esta limitada visión de la relación entre la realidad y su conocimiento, la propia convicción de Esthética Originaria contiene una aclaración implícita de esto y se mostrará sola. Digamos de momento, que lo que propone la Esthética Originaria no es un punto de vista más, sino que es ‘revisión’ desde un punto de luz que integra todos los perspectivismos. Veamos más de cerca en qué consiste la novedad de la Esthética Originaria.

La naturaleza ontonoética de la “realidad”

Para la Esthética Originaria, el cisma mencionado es el mayor error de la filosofía, porque introduce en la realidad un hiato insalvable que es ajeno a la naturaleza misma de la realidad. La realidad última, así lo defiende la Esthética, no es dual, cismática, en ella no se diferencian el ámbito del ser y el ámbito del conocer. El ser y el saber, separados en la visión filosófica, conviven integrados en lo que la Esthética denomina, acercándose siempre al idioma del ser mismo -salvados los límites de la palabra por la revelación-, la realidad ontonoética y, mejor: rialidad .

De este modo, y a eso íbamos, nunca ha quedado tan cuestionada la realidad en la historia de la filosofía. La realidad percibida, englobada bajo la acepción de “realidad visible” es para la Esthética Originaria un burdo espejismo, y repito, esta es una ‘revisión vivencial radical’ con todas las consecuencias. Nunca la “realidad” ha sido tildada tan lacerante y lacónicamente de apariencia. Aunque hay una profunda tradición mistérica , un incesantemente ‘aviso’ del espíritu que ha sido tomada siempre cobardemente como fábula, literatura, incluso excentricidad religiosa, en nombre de la no más que hipótesis cismática mencionada, la Esthética Originaria se erige como la revisión radical de la realidad y además, creemos, en un momento clave.

Pero la importancia de la Esthética Originaria no reside solamente en esto ya que se quedaría tan sólo en la limitación, en el escepticismo amargo y no en la escepticidad apasionada optimizadora que en el fondo es. La Esthética no solo ha puesto de manifiesto la naturaleza aparente del mundo visible, sino que hay que decir lo que es aún más importante: nunca hasta la Esthética Originaria se había subrayado tan tajantemente la plenitud, la integridad de una realidad originaria fuente y vocación de todo lo demás (aquí es donde nos permitimos afirmar nosotros la condición esencial de la Esthética como revelación. Si no hay revelación -y en lo que nos toca iniciación- es imposible esta convicción de integridad). A esto es a lo que nos acercamos ahora.

La esencial heterogeneidad del ser. La “simultaneidad” del ser.

Esta naturaleza de la rialidad, -ya la llamamos así a partir de ahora- es lo que, retomando el atisbo fundamental del estheta Machado, ha acuñado la Esthética Originaria como esencial heterogeneidad del ser.

Para la Esthética es fundante la simultaneidad de la esencia y la ex-istencia

Para alcanzar esto, hay que despojarse de la mentalidad cronológica que condiciona y acompaña a nuestras pretensiones de conocer. Todo dualismo y toda pluralidad lo es desde ese diferido, con el cual se produce la concepción misma de la temporalidad. Pero el ser no es temporal tal y como nosotros entendemos y medimos el tiempo. Podría decirse que es eterno. Pero con cuidado, ya que esta acepción nos lleva a una negatividad que no es esencial en el ser. Desde nuestras cortas miras de cognoscentes, entendemos “eterno” como lo “in-temporal”, (como parece expresar el lenguaje, con su prefijo “in-“ que indica limitación). Creemos que es “intemporal” como negación del tiempo, cuando el ser es precisamemte sobreabundancia de tiempo, es decir, es la esencia del tiempo. Dicho en términos más esthéticos: es el que integra todos los tiempos, por ello por esa plenitud y pléroma del tiempo, es simultaneidad plena en la que quedan incluidos tos los tiempos. Incluidos por exclusión, que esa es la dinámica del tiempo cronológico salirse -tanto como ex-istir

Quizá -siendo muy optimista- se alcance ahora mejor que la eternidad así ‘revisada’ no es intemporal porque no la podamos medir o cronometrar o temporalizar, sino porque es la temporalidad misma, que nos mide a nosotros, que nos templa a nosotros. Nuestro perenne anhelo de pasado y nuestras ensoñaciones hacia el futuro, parecen mostrar que el tiempo que medimos, no es nuestra verdadera patria; que hay una temporalidad que no medimos, sino que nos mide.

Cuando distinguimos entre lo previo y lo diferido por tanto, no es en términos de tiempo cronológico, porque estaríamos pervirtiendo y tergiversando la esencia de la auténtica rialidad. Será fácil caer en la cuenta de que una visión del ser desde su diferido ex-istencial, sería una visión reductiva y viciada. Por eso, dirá la Esthética, que la visión ha de ser desde el ser mismo. Es “visión del ser”, como genitivo deponente: es el ser el que ve y nos ve. Aquí la revelación autocircuncidante del poeta Machado es inescapable: “ojo en superlativo” que, al verse, se ve y se es. Que al vernos, nos ve y nos es. Si decimos previo, sinónimo de originario -de aquí viene el apellido de la esthética- nos referimos a la naturaleza -no a la “natura” ni a la “naturata”, sino a la nasci - la esencia la rialidad es anterior, interior, simultánea y contemporánea de la ex-istencia y de la realidad que aparece.

El ser como sujeto trascendental. La gracia y la eficacia

Aquí está en cuestión -mejor dicho: ‘revisión’- y es preciso decir algo sobre ello antes de continuar, una de las falacias -¡una rueda de molino!- que han sido asumidas por la filosofía y, claro está, por el sentido común. Me refiero a la concepción y categorización de la “causalidad” como dinámica real y su tinte de causalidad eficiente. Hay que avisar que detrás se esconde siempre el principio de identidad, axioma teoremático del funcionamiento de la razón admitido por la filosofía. Si me es posible ser conciso, aclararé esto, pero para ello es preciso una pequeña pincelada histórica.

Con lo que se ha venido llamando nacimiento de la filosofía se ha admitido siempre, que hubo un claro paso -paso en falso y aún traspiés- de lo que eran concepciones míticas de la realidad a lo que después -comenzó en Mileto con los llamados por Aristóteles físicos antes de Sócrates -presocráticos los llamamos ahora- fueron los intentos de explicación racional. Las primeras llamadas cosmogonías, dieron paso a las primeras cosmologías. En un primer momento, con el mito y después con el logos, el hombre se hacía en ambos casos, eco de su necesidad y sed de origen. Pero lo que en el mito era el arjé arkh, origen no temporal, ni eficiente, sino originario e integrador. En el logos tomó cuerpo de explicación temporal y eficiente traducido por principio temporal, por substancia más espacial de sustrato y por elemento constitutivo físico, referido. Lo que en griego se llamaba aitia que podríamos traducir por el término esthético “gracia”, “gratuidad”, “don” habitaba en el mito, incluso hay rezagos en los milesios como el apeirón de Anaximandro , pasó a ser con Arístóteles causalidad que por muchos tintes que se le quieran dar de finalidad o formalidad, puede ser reducida en términos de causalidad eficiente. Lo que vivía en el mito como originario pasó a ser en el logos de la razón tan sólo una concepción original . Todavía hay hoy quien usa el término originario con acepción original, como Paniker o los escoliastas de Jünger, etc. La Esthética Originaria queda tajantemente desmarcada de esas acepciones racionalizantes del origen.

Esta distinción entre lo originario y lo original es fundante en esthética porque nos aclara que el origen es sujeto trascendental es obra de gracia y nunca causalidad eficiente ni obra nuestra en este sentido es integradora de todas las “reales” y virtuales acciones hechos, sucesos.

En “rialidad” el ser es unidad pero no una unidad parmenídea bajo el principio de identidad el ser es y no puede no ser, el ser es unidad con el mayor alcance que da la integridad, la integridad es la naturaleza del ser que integra en sí la virtual pluralidad, como pleno acto de la potencia, incluye -por exclusión - todas las posibilidades es decir la potencia de los actos. El principio de integridad, según creemos, es el único modo de salvar la apariencia en la realidad, la única manera de devolver a su origen las fabricaciones artificiosas del principio de identidad que es la base de todo pensamiento que, como ya dijimos, produce el cisma insalvable entre sujeto y objeto.

El desvío de la racionalidad es creer que el sujeto inmanente produce la realidad. Es el error de todo idealismo filosófico. La Esthética Originaria es idealidad filosofal consciente de la realidad originaria como gracia que obra en nosotros. Más que obra que hacemos nosotros.

La solución de esto recae siempre en la deponencia del sujeto inmanente, de todas nuestras intenciones racionales por apresar el origen. El sujeto inmanente lejos de producir la rialidad originaria y así desvelar el enigma del conocimiento, sólo produce la realidad aparente cisma de sujeto y objeto, que es tan sólo un espejismo.

Un pequeño cuento -mythos- para aclarar la deponencia

Hay un cuento propedéutico meridional, creo que en el Ashtavakra Gitá hindú (poema del ser y no ser) que puede aclararnos como aviso esthético de lo que es la deponencia y que cito resumido de memoria:

“El maestro pone un objeto de forma alargada y zigzagueante frente a los discípulos que le escuchan atentamente. El maestro uno a uno va preguntando: -¿qué es esto? Todos los discípulos contestan, sin la menor duda, que se trata de una cuerda. El maestro, sin apenas sorpresa, para ver la reacción de sus discípulos, afirma rotundamente que no es una cuerda que es una serpiente. Después de lo cual, les pide que lo ratifiquen: ¾¿estáis de acuerdo? -pregunta.

Pese a su amor por el maestro y por la verdad, sus sentidos y la confirmación de la mayoría siguen apoyando la afirmación primera: “el objeto es una soga”. El maestro asegura que se trata de una serpiente.

¾”Lo que sucede -les dice- es que hasta que no dejéis de ver la soga, no llegareis a ver la serpiente”...

“...Mientras confiéis en vuestros sentidos y os ceguéis en la apariencia jamás llegareis a ver la realidad. Esta es la deponencia de la actitud inmanente que aconseja la Esthética Originaria. Es cuestión de niveles de fe: pensar lo que se cree, sin dejarlo de creer, que es la verdadera fe o “creer lo que se piensa sin dejarlo de pensar” que es la racionalidad, la teología e incluso el mal llamado “sentido común”.

De esta manera, la Esthética Originaria es una apuesta por la luz del corazón, por la verdadera fe que nos lleva a creer en quien la luz nos ve en quien la luz nos cree. Según la Esthética Originaria la luz de la razón está esculpida en la fe. Como dice el poeta. Es “urgente” e “importante” pues, la conversión que es tanto como universitarizarse .

INICIARSE ESTHÉTICAMENTE

Desde mi encuentro con lo que se viene denominando Esthética Originaria que, en mi caso, coincide, históricamente, con el encuentro de su autor y maestro Santiago Pérez Gago -aunque muchos tengamos la sospecha de que la Esthética ya nos rondaba casi connaturalmente-, en múltiples ocasiones, la vida me ha dado la oportunidad que estoy teniendo aquí. Me refiero a la posibilidad de satisfacer cierta necesidad que se genera cuando se descubre algún vestigio, alguna luz, de lo que la vida pueda ser. Algún destello de “el sentido” que, desde que la humanidad lo es, parece ser anhelado por todos. Esto es, la oportunidad de sosegar la premura por compartir de buena fe algo que, aunque no tenga precio, sí nos parece del máximo valor.

Este cometido podría serenarse con la espera paciente de que los demás cayeran en la cuenta de tu aventura sin provocarlo, sin manipularlo. Pero, la mayor parte de las veces, nuestra aventura es tan esencial, tan nosotros, que no es posible la contención, porque, como ya dijera nuestro maestro en parecido trance, lo que está más contenido, al final, es lo más incontenible. Éste es el encanto de la vida, del ser uno mismo, del amor, del arte, de la religión, de la cultura, de la auténtica literatura y, en lo que me compete, de la aventura editorial en la que me sumergí: editar es como vivir, como donar, como sembrar sin pensar en la cosecha. Es el encanto de la comunión, de la biografía que, por sobreabundancia, puede ser bibliografía, comunicación, generando a su vez más vida. Vida con mayúscula. Es la perenne historia de la cultura humana. La intrahistoria previa a la bibliografía, pero siempre transmisora de mensajes y sabiduría, como muestra nuestra meridional tradición oral. Así, frutalmente, nació la Esthética Originaria. Y así, creo, nació el estímulo nuestro por su difusión.

La vivencia personal, método de iluminar

Desde que tengo muestras, aunque suene inmodesto, de tener cosas que decir sobre la persistente búsqueda humana del sentido, muchos han sido los ámbitos donde he vivido y, no casualmente, relacionados con el trato humano, con la conversación, con la docencia... Desde el “tragicómico” mundo de la hostelería, hasta el “dramático” ámbito de la educación, pasando por el “épico” terreno de las conferencias, los coloquios, las entrevistas en los medios, muchos han sido los métodos, muchos los procedimientos... Pero, la conclusión final me parece clara: lo mejor para transmitir lo que uno siente es, sencillamente, ser lo más parecido que nos sea posible a lo que, en el fondo, somos. Es decir, ofrecer nuestras experiencias y nuestras vivencias. Eso que llamamos vivir, y, si se puede, vivirlo hasta la plenitud. Esto me recuerda el lema gaguiano que, por los años ochenta -¡qué acierto suponía ya¡-, nos propuso un día en clase: hay profesores que aprovechan la vida para dar la clase, pero hay maestros que aprovechan la clase para dar la vida. Y yo querría merecer ser de los segundos. Gran lección de ya merecida maestría. Ojalá pudiera ser algún día compartida, aunque, si no es así, no debamos perder la paciencia. Porque, como dice el poeta, la vida y el arte son largos y, además, no importa.

Iniciarse como trance

Muchas veces se me ha exigido sencillez y otras tantas veces yo me he preguntado cómo es que, siendo o pareciendo lo más universal, cómo siendo verdadero esto nuestro de la Esthética Originaria, no es lo más sencillo. ¿Se nos ha complicado? ¿Por qué? Es necesario aclarar, de entrada, que no hay que tomar la Esthética como una objetividad fuera de nosotros a la que hay que penetrar por el intelecto o que hay que digerir con el intelecto. En toda lectura hay infinitos niveles, tantos como lectores. La cultura es, de por sí, selectiva. Si se quiere, aristócrata, y, mejor, dicroica. Pero, no comparativamente, sino diversamente. La Esthética Originaria tiene la garantía de haber nacido frutalmente, sin tomar de antemano la sospecha de unos posibles lectores, más allá del telón de lo escrito.

Algún día ya escribí, sin ánimo de molestar, que la incomprensión de la Esthética no se debía a su complicación, sino a la simpleza de sus posibles lectores. Quizá se acepte esto mejor, si se comprende un axioma fundamental de la Esthética: lo invisible no lo es porque no lo veamos, sino porque nos ve. El misterio no lo debemos ver como límite o ribera< RIPA, -AE `orilla´, a nuestras facultades, sino como honda rivera< RIVUS, -I `río´, en la que nos debemos sumergir. No se trata de dominar intelectualmente la luz de la Esthética como una objetividad, hay que adentrarse en ella como la mayor subjetividad. Es decir, hacerse ella. Aún más, ser ella. Así seremos más nosotros.

Éste es el giro que conlleva todas las dificultades. Eso es lo que se llama iniciarse, no ya porque nos iniciamos, sino porque nos inician. Iniciarse en la luz es iniciación en la luz y, mejor, iniciación de la luz, porque es ella quien nos inicia. El pronombre “se”, aquí, es un grado de luz más, de luz integradora, que cualquiera de las formas gramaticales conocidas: el se recíproco, el pronombre reflexivo, el impersonal, la pasiva refleja, la pseudo refleja... Es pronombre que alude a un sujeto transcendente. Obra de Gracia. Porque no obramos nosotros, sino que ya obran por nosotros. Que es llegar a ser sin dejar de ser. Para enterarse El “problema”, aparentemente de comprensión, es que la Esthética es, sobre todo, un asunto del “interior”. Y, según parece, máxime en el mundo en que vivimos, lo “interior” es difícil, como aquello que decía Platón acerca de lo bello. No nos engañemos, la Esthética es complicada, no por problemas propedéuticos, académicos o intelectuales. La “dificultad” clave de la Esthética viene dada por “limitaciones” vitales. La Esthética exige un encelamiento vital, al que, reconozcámoslo, no estamos dispuestos o, a veces, no estamos acostumbrados. Siendo lo más sencillo, parece complicado para el ser humano llegar a ser lo que se es, porque nos empeñamos en estar, en hacer o en tener y abandonamos el ser. Como decía la sabiduría meridional persa: nos empeñamos en buscar fuera lo que tenemos dentro, quien nos tiene, diríamos nosotros, ya desde la Esthética.

He visto muchas personas -y esto es claro para la Esthética- que nunca agarraron un libro, pero cuya disposición vital a la cultura era un tempero propicio para la Esthética y, mejor, para llegar a ser lo que son. De ahí que la Esthética apueste más por la vida, que por la erudición. Por el libro de la vida, que por la vida de los libros. Por la cultura

¿Hay alguna manera de iniciarme?

Muchas personas aquí se habrán decepcionado de nuevo y harán preguntas operativas: ¿cómo se logra eso de llegar a ser? ¿Cómo puedo llegar yo a encontrar esa sabiduría? La Esthética Originaria, desde luego, aunque para algunos lo parezca, no se apunta a esa moda o manía, mitad esoterismo, mitad bienestar, de la bibliografía dedicada a cómo triunfar en la vida, o cómo ser más feliz. Si bien reconoce que esa sed, que es un hecho, responde a la necesidad intrínseca en el ser humano por encontrar un sentido. Hasta en el pragmatismo más atroz y más ciego subyace una sed humana por, diríamos, la transcendencia, el sentido ulterior de las cosas y los sucesos, el alcance y valor último de la existencia.

Hay aquí que avisar que, aunque la pregunta no sea el mejor método, ya es importante, como principio, la conciencia de la indigencia esencial y de la perplejidad intelectual.

Saber que no sabemos ya es buena disposición para entrar en la aventura de la sabiduría. Y reconocer que no somos como deberíamos o como sospechamos que somos, ya es buena puerta para llegar a ser. Lo que hay que tener siempre en cuenta es que todo lo que consideramos límites y defectos desde nuestra existencia no es un detrimento de la realidad, sino un subrayado de la honda y profunda realidad, que es más verdadera siempre que la realidad que nos limita.

Con paciencia, y, por supuesto, con modestia, aunque no sin cierto sano orgullo, intentaré dar alguna luz a esas preguntas insondables y, para ello, vuelvo a remitirme a mi ineludible experiencia. Y, mejor, a la emoción de mi experiencia, más que al anecdotario, y, de ese modo, seguro, que me acerco más a lo universal.

Cierto día, no importa cuándo ni cómo, en una determinada racha de mi vida, sentado en un sillón, me di cuenta, caí en la cuenta -porque algún suceso o la propia saturación, el hastío o el aburrimiento, me desaletargó-, de que hacía mucho tiempo que no tenía sosiego, que hacía mucho tiempo que no hablaba conmigo. Los estudios, el deporte, la música, el trabajo familiar, la relación de pareja, los amigos, la diversión... me habían envuelto en una dinámica centrífuga. Me encontraba siempre activo. Siempre mirando y hablando hacia afuera. Me di cuenta de que había dejado de escribir, mis poesías, mis reflexiones... Que había dejado de meditar, de contemplar, de hablar con la transcendencia, de escuchar la voz interior... Me di cuenta de que había perdido vida interior. Que había, en definitiva, dejado de ser. Que había dejado de ser para estar. Para hacer. Incluso para tener. Pero una tan misteriosa como ineludible vocación a ser, me obligó al propósito de recuperar el camino hacia adentro. A la voluntad de desbrozar el sendero a lo más hondo de mi ser. Y, sin casi pretenderlo, me orienté en disposición de escuchar. Ahí se puede decir que di el primer paso para iniciarme.

Entonces, quizá operativamente, habría que decir a los lectores que, para empezar, basta con pararse, con respirar y no dormirse, sólo para descansar fisiológicamente de la actividad. Disponerse a soñar, a soñar despierto, sin prisas, notando cómo ya no pasa el tiempo, sino que somos tiempo, somos ritmo, compás y, aún más, melodía del ser. Sumergidos en ese río, por supuesto, tendremos que salir de nuevo a la vida diaria, pero sabremos responder de nuevo a su llamada. Sabremos, cada vez mejor, encontrar el camino a esa luz. Cada vez más fácilmente. Ya hemos sido valientes, ya estamos dispuestos a perder pie en la eficacia para volar, para ser nuestro propio vuelo, porque somos vuelo. Lo demás, consiste en procurar no perder la fe nunca. En amar. Lo divino y lo humano. En amar en infinitivo. Y, aun mejor, en sentirse amados, amados por quien nos ama en lo previo. Y pronto, tarde o temprano -qué más da- disponerse a disfrutar de lo merecido. Porque, seguro, no habrá segundo perdido. No habrá sollozo, trasiego, tribulación... ni suceso alguno, por muy trágico que nos parezca, que no haya, en expresión tan meridional como sabia, merecido la pena. Soñar, amar, crear (criar), crecer, creer, creer y siempre creer... Qué otro camino para iniciarse... Qué otra misión para sanarse. Qué otro destino que salvarse.

Las composturas hacia la luz, según la Esthética Originaria

Quizá sea importante, como epílogo exhortador, ver a grandes rasgos cómo el ser humano, que nació desde y para la interioridad, se exterioriza y deja de ser. Aunque sobre esto hay toda una “metafísica” esthética, debido al carácter de este escrito, dejaremos las sutilezas para otro lugar. Aquí, como acercamiento, no puedo evitar decir que la Esthética parte, como algo básico, de una clara diferencia entre lo que considera la esencia -lo que es realmente por un lado- y, por otro, lo existencial. La existencia es lo que vemos pero es mera apariencia, un espejismo de la realidad de fondo, que es lo que no vemos, aunque es lo que nos da el ser. Lo que se ha llamado rialidad (de río, como símbolo de lo incesante, frente a lo efímero de la realidad visible).

Hablando del hombre concreto, para acercarme más a todo tipo de lector, hay que decir que, según nuestra Esthética, en el momento que los seres humanos llamamos “nacer”, comienza nuestra individuación y, por propia biografía y sentido del ser de fondo, la existencia, lo que denominamos nuestra existencia, es ya un destierro. Un diferido y derivado espacio-temporal de lo que es, “sin” tiempo “ni” espacio, OMNIPANDIMENSIONAL, porque ya es integridad todo lo dimensional. A partir del momento de nacer, dejamos, dicho reductivamente, la realidad de lo invisible y entramos en el espejismo de lo visible, aunque todavía queda en nosotros esa luz de la rialidad de fondo, que nos es. Es lo que más acentuadamente llamamos la sindéresisEsto, si lo sabemos ver, es lo que se manifiesta en la inocencia de la sonrisa de un niño. Quizá, como me dijeron hace poco, lo más hermoso que hay entre las muchas cosas hermosas. El niño, en sus primerísimos años, es un soñador, un creyente y suele ser muy fiel a su ser. Conserva los vestigios de la luz, del vivo fuego del que procede, que aún destellan. Pero, enseguida, las facultades tendentes a la conciencia y a la vigilia, y la manía de querer despertar de los adultos -eso que llaman preparase para la vida y, lo que es peor, educación- van produciendo los primeros desengaños.

De ese modo, los primeros resplandores de nuestras verdaderas convicciones (de nuestro punto de luz, de la rialidad invisible vidente) se van tornando en nuestros primeros prejuicios, nuestros tópicos, nuestras ideas, nuestros puntos de vista, que, pronto, darán en ideologías, en una cosmovisión del mundo y no en una admiración del universo. Siendo aquí el “mundo” lo que vemos fuera y el “universo” lo que nos vive desde dentro. Esto me recuerda lo que hace años pensaba y que después descubrí plasmado en María Zambrano y, más tarde y, mejor, en nuestro maestro Pérez Gago. Ante la belleza de la nieve hay dos posturas: la sencilla admiración o el dominio de cogerla, incluso pisarla.

Como digo a mis alumnos todos los cursos, es como si los humanos fuésemos una pequeña cebollita que va adquiriendo capas. Capas que, lejos de darnos el ser como a la cebolla, nos lo ofuscan y nos lo entierran. La labor de madurez consistiría, así, en irse despojando de esas capas, para volver a ser, a flor de piel, lo que somos. Dicho académicamente: la madurez consistiría, no en llenarnos de capas de conocimientos, de ideologías, de puntos de vista, sino en tamizarlo todo con el filtro y el láser del punto de luz que en lo hondo somos. Que en lo hondo nos es. Ése es el crecimiento. Nuestro proceso de formación integral. Proceso de integridad personal esthético. El aseo personal ontonoético, como nos enseñó y enseña Pérez Gago. La diaria inmersión en nuestras fuentes. Manantiales rejuvenecedores que nos llevan a lo más maduro de nosotros mismos. Para así llegar hasta el último milímetro de nuestra estatura personal. Estatura y edad interior que habita en lo previo, en naturaleza, en esencia, no cronológicamente, a nuestra existencia individual.

Aunque las generalizaciones suelen ser imprecisas, a lo largo de mi corto, pero intenso periplo existencial, también he advertido que, al menos, hay dos biotipos de seres humanos, o, mejor dicho, dos arquetipos vitales que se dan en todo ser humano: el arquetipo de la fe y el arquetipo de la razón. El arquetipo de la fe en la transcendencia y el arquetipo de la fe en la inmanencia. Retomando el ejemplo de la nieve: el arquetipo de la admiración obediente y el arquetipo de la interrogación insolente. El corazón y la cabeza. Esto se ve claramente, a lo largo de la historia, en las tradicionales corrientes más espiritualistas y las más materialistas. En las épocas de consagración y en los momentos, como el actual, de secularización. Incluso en nuestra biografía personal, entre los momentos de confianza y los momentos de derrota.

Esto genera las diversas composturas del ser humano que coinciden con las composturas propuestas por la Esthética. Dentro de la fe en la inmanencia se encuentra la denominada actividad activa, talante del activo, del pragmático, y también del rebelde, del que sólo exige derechos. Pero, también, la pasividad pasiva del ser acomodaticio.

Ética y socialmente, esto queda traducido en los distintos talantes humanos que la Esthética denomina bienser y bienestar. Bienser de quien no subordina su ser a su estar, hacer o tener, y bienestar de quien ordena su ser bajo la hipoteca del estar, el tener o el hacer. Múltiples son los síntomas de este desvío al bienestar. Actualmente, nuestra vida gira en torno a lo exterior, a los objetos que se poseen, a las imágenes que se miran, al ruido que se oye, al trabajo o al hobby que se realiza, al espectáculo que nos distrae, a los viajes que nos descentran, a los pasatiempos que nos divierten La propuesta de la Esthética no es la actividad que nos vuelca hacia lo exterior en una huida de nosotros mismos, ni la pasividad que nos aletarga en el espectáculo pasivo del mundo. La Esthética propone el esfuerzo por pararse, la activada pasividad –activada pasividad, activa y activadora- o pasividad activa del que se dispone, por ganar en transcendencia, a perder en inmanencia. En anonadarse, que no en aniquilarse. En desollarse del individuo para llegar a ser persona. Que es la libertad total. Es decir, en iniciarse. Es decir, en integrarse.

La Esthética nos alienta a que seamos valientes y abramos nuestro corazón. Nos propone que nos dispongamos a entrar en la Nueva Era. Nueva era de integridad de la luz. La originaria Nueva Era de la Esthética.

¡¡¡Atrevá ;monos a escuchar (audire aude)¡¡¡

¡¡¡Ave nturémonos a llegar a ser¡¡¡

Cortegamar, Octubre del 2007

http://estheticaoriginaria.org

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