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Freud y el problema antropológico

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La humanidad, con todos sus esfuerzos y su progreso, no tiene idea de lo que en realidad quiere. Freud tenía razón: nuestros deseos reales son inconscientes, y es evidente que por ello es incapaz de obtener la satisfacción de sus deseos reales, es hostil a la vida y está dispuesta a destruirse a sí misma. Freud tenía razón al postular la existencia del instinto de la muerte y el desarrollo de las armas destructivas hace claro nuestro dilema: o nos ponemos de acuerdo con nuestros instintos e impulsos inconscientes –con la vida y con la muerte- o bien estamos seguros de morir. Pero Freud no es suficiente, aunque sea el psicoanálisis una nueva etapa en el conocimiento del hombre por sí mismo. La situación presente es de una trágica crisis y hay una tendencia general de la cultura humana hacia lo estereotipado y lo estéril que se revelan en el mismo psicoanálisis.

Por eso nuestra propuesta es dar una teoría más amplia de la naturaleza humana, de la cultura y de la historia, que la conciencia de la humanidad pueda apropiarse como una nueva etapa en el proceso histórico del hombre por llegar al conocimiento de sí mismo, pues Freud nunca afrontó de lleno las consecuencias existenciales y teóricas de la neurosis general de la humanidad, pues no le bastaba el diván, sino que debía ir a la cultura y a la historia, ese registro, según Gibbon, de los vicios y de las locuras de la humanidad. Es necesaria una síntesis del psicoanálisis, de la antropología y de la historia. Además, debemos ligar el psicoanálisis a nuevas tendencias entre ellas la de Nietzsche, pues él mismo reconoció que los poetas se anticiparon a él en el descubrimiento del inconsciente, también los aportes de H. Marcuse y de M. Reich.

La palabra clave del psicoanálisis es la de “represión”, y a ella dedica Freud casi todos sus estudios: la esencia de la sociedad es la represión del individuo, y la esencia del individuo es la represión de sí mismo. Este descubrimiento lo hizo al estudiar los fenómenos considerados insignificantes por los científicos: los síntomas de la locura, los sueños y la psicopatología de la vida cotidiana. La explicación de estos procesos es que ellos están determinados, y puede dárseles una explicación causal, es decir, hay un determinismo psíquico, pero no tendrían sólo una causa, si no un significado, y que el significado del “significado” tiene que ser radicalmente examinado, ya que el sentido de estas expresiones intencionadas es generalmente desconocido para las personas que lo viven, es decir, que en esa persona hay propósitos de los cuales no sabe nada, son involuntarios, o sea, ideas inconscientes. Se abre así una nueva realidad psíquica de cuya íntima naturaleza somos tan ignorantes como lo somos de la realidad del mundo exterior, y que nuestra consciencia no puede detectar. Así el psicoanálisis es “nada más que el descubrimiento del inconsciente en la vida del espíritu”.

Pero además, la otra hipótesis de Freud, es que estas ideas inconscientes no se hacen conscientes porque son negadas y rechazadas por el yo consciente. Por eso: “toda la teoría psicoanalítica está construida de hecho sobre la percepción de la resistencia que ejerce el paciente cuando tratamos de hacerlo consciente de ese inconsciente”. Así, hay un conflicto entre ambos, y el psicoanálisis es la ciencia de ese conflicto.

El inconsciente se establece cuando el individuo se rehúsa a admitir en su vida consciente una intención o un deseo que tiene, y al hacerlo establece en sí mismo una fuerza psíquica opuesta a su propia idea. Este rechazo es la represión, pero la intención o la idea permanecen. La esencia de la represión está en la función de rechazar o mantener algo fuera de la consciencia, pero esas ideas aparecen en los sueños y en los síntomas neuróticos que son la irrupción del inconsciente en la inconsciencia, creando así un compromiso entre los dos sistemas en conflicto que no se puede resolver.

Freud ilustra la naturaleza de la represión con una serie de metáforas sacadas de la guerra y de la vida policial. En los fenómenos psicopatológicos muestra también la existencia del inconsciente. La primera paradoja freudiana, la del inconsciente reprimido, implica una segunda, la neurosis general de la humanidad. El punto decisivo es que las ideas están reprimidas porque están ligadas a emociones que no se manifiestan, o sea que las emociones sólo son comprensibles por su conexión con ideas.

Así, el conflicto psíquico no se manifiesta en problemas intelectuales, sino en propósitos, deseos, anhelos. Las únicas cosas que valen en la vida psíquica son las emociones, pero éstas sólo son comprensibles por su unión con las ideas, con lo cual se deduce un axioma freudiano, que la esencia del hombre consiste no tanto en pensar (R. Descartes) sino en desear (Platón y Aristóteles).

Según El Banquete de Platón, no es la contemplación, si no la búsqueda de un objeto satisfactorio para su amor, el objetivo del hombre, la felicidad. Sólo un deseo pone a nuestro aparato psíquico en movimiento. Pero a la felicidad se opone la realidad, y así, el principio del placer está en conflicto con la realidad, y este conflicto es la causa de la represión. Freud concluirá más tarde que el hombre es el animal que se reprime a sí mismo y que crea la cultura o sociedad para reprimirse a sí mismo y por eso es un animal neurótico, llegando así a la conclusión de Nietzsche, que existe una “enfermedad llamada hombre”, y que la neurosis es una consecuencia esencial de la civilización o cultura.

Sueños y síntomas neuróticos muestran que las frustraciones de la realidad no pueden destruir nuestros deseos: el inconsciente es el elemento indómito e indestructible del alma humana.

Los distintos tipos de cultura pueden relacionarse con los distintos tipos de neurosis, es decir, que muchos sistemas de civilización han llegado a estar “neuróticos” bajo la presión de las tendencias civilizadoras. Toda neurosis individual no es estática sino dinámica; es un proceso histórico con su propia lógica interna; la serie de formación de síntomas presenta un modelo represivo que Freud llama el lento retorno de lo reprimido.

La doctrina de la neurosis universal de la humanidad nos obliga a admitir la hipótesis de que el modelo de la historia representa una dialéctica no reconocida hasta ahora: la dialéctica de la neurosis. La neurosis de los individuos puede entenderse como un todo. La humanidad es prisionera del pasado en el mismo sentido en que “nuestros pacientes histéricos sufren a causa de reminiscencias y no pueden escapar a su pasado”. Así, la sumisión de todas las culturas a su herencia cultural es una constricción neurótica. El inconsciente reprimido que produce la neurosis no es individual sino colectivo. Por eso la ontogenia resume la filogenia (cada individuo resume la historia de la raza): en los pocos años de la niñez “debemos cubrir la enorme distancia del desarrollo desde el hombre primitivo de la Edad de Piedra al hombre civilizado de nuestros días”. De aquí se deduce que la teoría de la neurosis debe abarcar una teoría de la historia; y a su vez una teoría de la historia debe abarcar una teoría de la neurosis.

Por eso, la religión es considerada como una neurosis o como una “satisfacción sustitutiva” como la poesía, los sueños, y los síntomas neuróticos: son expresiones deformadas por la represión de los anhelos inmortales del corazón humano.

Para Freud el judaísmo y el cristianismo son parte de la verdad histórica y psicológica, y el mismo Marx habla de la religión como “el suspiro de criatura oprimida, el corazón de un mundo despiadado”.

Los historiadores no han aceptado a Freud, pero sí los poetas, y así para Joyce, “la historia es una pesadilla de la que trato de despertar”, y Nietzsche concibe la historia como la historia de una neurosis en constante crecimiento siendo su dinámica un sentido de culpabilidad, siempre en aumento y que según Freud es una magnitud que el individuo difícilmente puede soportar.

El hombre es el único ser que hace historia, y al hacerla “el hombre se hace a sí mismo”, y esto se apoya en el deseo del hombre de convertirse en otra cosa de lo que es, el cual es un deseo inconsciente. Las verdaderas transformaciones de la historia no resultan de los deseos conscientes de los agentes humanos, y es lo que Hegel llama la “astucia de la razón”. Hoy la humanidad sigue haciendo historia sin tener ninguna idea consciente de lo que en realidad quiere o bajo qué condiciones dejaría de ser infeliz; lo que de hecho hace es al parecer hacerse más infeliz a sí misma y llamar a esa infelicidad progreso.

Agustín reconoce la insatisfacción y la inquietud humana en el cor inquietum, el origen psicológico de la historia.

A menos que el trabajo lleve al hombre a realizaciones más colosales debe encontrarse otra definición más verdadera de la esencia del hombre; Freud sugiere que es el amor que ha estado desde el comienzo de la historia, y ha sido la fuerza oculta que proporcionó la energía consagrada al trabajo y a hacer la historia; y así, el eros reprimido es la energía de la historia, y el eros sublimado es el trabajo. El hombre no se satisface con satisfacer sus deseos conscientes; es decir, no es consciente de sus deseos reales.

La cura psicoanalítica busca liberar al hombre de la carga de su pasado que lo obliga a seguir teniendo historia, y le ayuda a profundizar su consciencia histórica, “llenar las lagunas de la memoria”, hasta que despierte de su historia como una pesadilla.

La consciencia psicoanalítica es así una etapa más elevada en la consciencia de la humanidad. La garra de la mano muerta del pasado puede abrirse, y el hombre estaría listo para vivir en vez de hacer la historia, para gozar en vez de pagar viejas deudas y para entrar a ese estado de Ser que es la meta de su Devenir.

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