El culto a la Santa Muerte
En México, el culto a la Santa Muerte se ha convertido en los últimos años en un fenómeno social. Sus seguidores la presentan como una “identidad espiritual” que ha existido desde el principio de los tiempos, hasta nuestros días. Algunos de los opositores mencionan que gran parte de los seguidores pertenecen al sector delictivo.
Santa, santísima, blanquita, o la niña, cuatro nombres que utilizan los devotos de la muerte para referirse a esta figura santa mexicana no canonizada, que recibe peticiones para el amor, suerte, y protección.
Para quien nunca ha visto a la Santa Muerte, el primer encuentro con la Niña Blanca, como también es nombrada, deja una impresión imborrable; un sobresalto que infunde temor, reverencia y respeto. Un esqueleto de cerámica en donde destacan las profundas cuencas de sus ojos, que por el majestuoso manto de terciopelo púrpura con aplicaciones doradas, podría pasar por una de las vírgenes veneradas en las incontables iglesias católicas que hoy, semivacías, salpican el paisaje urbano.
El culto a la Santa muerte es muy antiguo. Las raíces de la creencia datan de la época prehispánica, bajo el nombre de Mictecancutli y Mictecacihuatl como el dios y diosa de la muerte, la oscuridad y el Mictlan "la región de los muertos”.
En la tradición, se le entregaba a los dueños del inframundo ofrendas. Este detalle es muy importante ya que con el tiempo estas ofrendas seguirán presentes en los altares de la Santa Muerte.
Mictecancuhtli y Mictecacihuatl fueron sin lugar a duda las deidades a quienes se encomendaban a los muertos, pero también eran invocados por todo aquel que deseaba el poder de la muerte.
El culto contemporáneo a la Santa Muerte apareció en Hidalgo en un templo improvisado, en 1965. Y está arraigado en el estado de México, Guerrero, Puebla, Veracruz, Tamaulipas, Morelos y el Distrito Federal en donde podemos encontrar uno de los altares más grandes, en la calle de Alfarería número 12, en el corazón del barrio bravo de Tepito.
Homero Aridjis destaca a propósito de su novela más reciente, La Santa Muerte, que en ella se reflejan los dos Méxicos que concurren ante el fenómeno: "El de la gente que pide favores o milagros para tener trabajo, salud o comida, y el de los hombres del poder económico, político o criminal, quienes curiosamente le solicitan venganzas o muertes".
La Santa Muerte se ha vuelto un rito de mezclas culturales, donde conviven usos heterodoxos del santoral católico y otras creencias alternas, como la santería. Se vincula con la Virgen del Carmen: con Oya, la señora de los panteones, y colinda con el vudú y el satanismo. Se le adora en consultorios, templos privados o altares con veladoras, flores o tequila.
Narcotraficantes, ambulantes, taxistas, vendedores de productos pirata, niños de la calle, prostitutas, carteristas y bandas delictivas tienen una característica común: no son muy religiosos, pero tampoco ateos; sin embargo, abonan la superstición y la chamanería. Así como los narcos han tenido cultos particulares, como Jesús de Valverde, muchos otros grupos delictivos, como la Mara Salvatrucha, se han refugiado en la Santa Muerte, imagen que los representa y protege porque es una deidad funcional, acorde con sus actividades, ya que la violencia, vida y muerte están estrechamente unidas.
México es un país con una población mayoritariamente católica, casi el 90% de los mexicanos profesan esta fe. Sin embargo, un poco más de dos millón de católicos, según algunas estimaciones de los estudiosos del fenómeno, han decidido abandonar la iglesia romana para explorar los misteriosos caminos del culto a la Santa Muerte.
Por Jorge Amador León
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