Ética: algunas reflexiones
Tres cosas bien distintas son aprender la ética, enseñarla y vivirla. Aprenderla, tal como se han entendido los aprendizajes a lo largo de la historia, es relativamente sencillo. Sencillo, digo, si se tratara de de adquirir información y conocimiento y llegar, solamente hasta a.m. Un proceso más complejo es enseñarla a otras personas. A alguien debió ocurrírsele que era posible convertir la ética en una asignatura y desde entonces la incluyeron en los programas académicos de las instituciones dedicadas a formar nuevos profesionales. Se supones que en un semestre, generalmente el último, el estudiante próximo a vincularse a la vida profesional, debe ser preparado para que se desempeñe como una persona confiable para su empleador, sus compañeros y la sociedad. Bien difícil es construir una escala de valores y construir un estilo de vida ético pero más difícil aún es lograr que otros, en este caso los discípulos, también tengan una escala de valores ajustada a los requerimientos sociales, legales y normativos y, claro está, un estilo de vida que los haga ganar confianza ante las personas y las instituciones. Quienes asumieron el compromiso de enseñar la ética llegarán tarde o temprano a la conclusión de que tienen una responsabilidad gigantesca con sus estudiantes; un compromiso enorme con el país; un y un deber delicado y supremo con la comunidad. Entre sus obligaciones tendrá todas las de un docente pero, adicionalmente es deseable que asuma al menos otras dos: la predicación a través del ejemplo y el demostrar que la suya no es la mas aburrida, insulsa e innecesaria de cuantas asignaturas existan en el plan de estudios. Hablemos en primer término del buen ejemplo. El mejor predicador, ya lo sabemos es el ejemplo personal y la forma de vivir, actuar, hacer y sentir. Y no solo en una etapa de la vida sino durante todo el tiempo. El profesor de ética podrá utilizar las más novedosas herramientas; aplicar los más sofisticados instrumentos y acudir a las más recomendables de las técnicas didácticas pero el comienzo y el final de su labor pasará siempre por el testimonio que den sus actos y en el ejemplo que pueda ofrecer a través de su comportamiento. Por otro lado el intrépido profesor, además de enseñar el componente filosófico de la ética y conducir al muchacho a su cargo al buen puerto de la confiabilidad, se ve abocado a cambiar la imagen que área de estudio ha tenido entre quienes la consideran tan monótona que, suponen, tendrán en ella un tratamiento para el insomnio propio y el de sus compañeros. Y, por si fuera poco, debe vérselas con quienes están convencidos de que la ética es un relleno y un distractor que apartara la atención de las áreas específicas de estudio. Fernando Savater, en su libro “Ética para Amador” nos dice que la ética no es un manual de lo que no debe hacerse”. Ni más faltaba; en un libro en donde la idea central es la libertad, la ética no puede convertirse en una limitante a la libre decisión y actuación de las personas y menos de quienes intentan tener un encuentro libre y real con su propia historia y destino. La ética no puede ser una acumulación continua de datos y conocimientos. Es, por el contrario, una forma de vida en el a.C. y el ahora. Una orientación para tomar decisiones correctas cuando las aguas tranquilas nos conduzcan plácidamente por la ruta elegida o cuando el mar turbulento y adverso amenace con llevarnos al fondo. O, simplemente cuando se aparezca ante nosotros la amenaza sensual y seductora de la tentación. En todos los casos la ética será una buena consejera. De ahí la necesidad de considerarla como una asignatura para la vida.

Lo bueno que vaya a hacer hoy, hágalo bien, por usted, por su familia y por su país. ¿Ya leíste Maicao al Día?





































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