¿Robot o ser humano? Afecto, esa es la question
Ellis Page realizó un estudio del afecto en el aula. Dividió a sus estudiantes en tres grupos: A, B y C. A cada trabajo que presentaba el grupo A le ponía sólo una calificación. A los estudiantes del grupo B les ponía la calificación y una palabra, por ejemplo: bueno, excelente o regular. Al grupo C les escribía una nota referida a las cualidades que tenía el trabajo de los estudiantes, como por ejemplo: “Querido Yohnny. Tienes una sintaxis espantosa, una gramática atroz, una ortografía espeluznante, pero ¿sabes una cosa? Tienes unas ideas maravillosas. Sigue adelante. Con afecto, tu profesor”
Al final de año Ellis realizó una estadística y descubrió que sus estudiantes del grupo A permanecían igual, el grupo B no mejoró demasiado, pero en cambio el grupo C mejoró notablemente.
Nikos Kazantzakis sugiere que el maestro ideal es como aquel puente por el cual invita a sus alumnos a cruzar, y que luego de haberlos ayudado en el cruce se desploma con alegría, alentándolos a crear sus propios puentes.
Silberman afirma: “Lo que necesitamos es afecto. Los colegios son sitios tristes que asfixian a los niños, destruyendo su alegría y creatividad”. No todos pueden soportar la escuela puesto que es un sistema que trata de hacer a todos igual, es decir, sin fortalecer nuestras cualidades como seres humanos diversos, al mismo estilo del cuento “la escuela de animales”. Thomas Edison abandonó la escuela porque no pudo soportarla, al igual que Jhon F. Kennedy y William Faulkner.
La escuela debería ser el lugar más hermoso del mundo porque el aprender es el mayor placer del ser humano. Sin embargo, siendo ya profesores nos olvidamos de los elementos esenciales de la vida. Hacemos de nuestra aula un laboratorio frío y oscuro donde el estudiante haría cualquier cosa para no entrar en él.
Seamos profesores o estudiantes, también somos seres humanos y sabemos reír, llorar, amar, acertar y errar. Esa es nuestra condición. No deberíamos tener miedo en convertir nuestra aula fría en espacios de confianza, respeto y afecto.Ellis Page realizó un estudio del afecto en el aula. Dividió a sus estudiantes en tres grupos: A, B y C. A cada trabajo que presentaba el grupo A le ponía sólo una calificación. A los estudiantes del grupo B les ponía la calificación y una palabra, por ejemplo: bueno, excelente o regular. Al grupo C les escribía una nota referida a las cualidades que tenía el trabajo de los estudiantes, como por ejemplo: “Querido Yohnny. Tienes una sintaxis espantosa, una gramática atroz, una ortografía espeluznante, pero ¿sabes una cosa? Tienes unas ideas maravillosas. Sigue adelante. Con afecto, tu profesor”
Al final de año Ellis realizó una estadística y descubrió que sus estudiantes del grupo A permanecían igual, el grupo B no mejoró demasiado, pero en cambio el grupo C mejoró notablemente.
Nikos Kazantzakis sugiere que el maestro ideal es como aquel puente por el cual invita a sus alumnos a cruzar, y que luego de haberlos ayudado en el cruce se desploma con alegría, alentándolos a crear sus propios puentes.
Silberman afirma: “Lo que necesitamos es afecto. Los colegios son sitios tristes que asfixian a los niños, destruyendo su alegría y creatividad”. No todos pueden soportar la escuela puesto que es un sistema que trata de hacer a todos igual, es decir, sin fortalecer nuestras cualidades como seres humanos diversos, al mismo estilo del cuento “la escuela de animales”. Thomas Edison abandonó la escuela porque no pudo soportarla, al igual que Jhon F. Kennedy y William Faulkner.
La escuela debería ser el lugar más hermoso del mundo porque el aprender es el mayor placer del ser humano. Sin embargo, siendo ya profesores nos olvidamos de los elementos esenciales de la vida. Hacemos de nuestra aula un laboratorio frío y oscuro donde el estudiante haría cualquier cosa para no entrar en él.
Seamos profesores o estudiantes, también somos seres humanos y sabemos reír, llorar, amar, acertar y errar. Esa es nuestra condición. No deberíamos tener miedo en convertir nuestra aula fría en espacios de confianza, respeto y afecto.
Alejandro Cruz
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