La formación a partir de la reflexión sobre las propias prácticas docentes. Fundamentos y acciones a realizar

Quien forma se forma y re-forma al formar y

quien es formado se forma y re-forma al ser formado.

Paulo Freire en Pedagogía de la Autonomía

¿Qué implica la formación docente hoy en día? ¿Para qué son formados? ¿Están verdaderamente capacitados tanto los que forman como los formados para llevar a cabo una tarea docente en este mundo actual? Estas preguntas, entre otras, son las que a diario nos cuestionamos los educadores y educadoras progresistas. Y no sólo nosotros, sino también otros miembros que componen la red de enseñanza, como lo son algunos padres con quienes he tenido el gusto de poder dialogar respecto a este asunto y más adelante mencionaré. En la actualidad en que vivimos, donde las instituciones educativas están más abiertas a la comunidad, en cuanto a exponer o a hacer saber a su labor diaria me refiero, es fácil ver y reconocer que los docentes en general están faltos de una capacitación verdadera, una capacitación que les haga girar sus prácticas actuales para adaptarse, conformarse y cambiar la realidad en qué vivimos, con los estudiantes que tenemos, quienes son, en muchos aspectos, completamente distintos a aquellos quienes los estamos formando. Esta problemática se debe a varios aspectos de una misma realidad.

El primero de ellos es que los docentes hemos recibido y recibimos una formación carente y deficiente. Sabemos que el sistema educativo está preparado para reproducir el modelo que el gobierno de turno y los más altos poderes de nuestra región desean a fin de ser ellos, con rostros y nombres cambiantes, quienes permanezcan en el poder indeterminadamente. En palabras de José Luis Lens Fernández en su libro “Tesis para tomar consciencia de la necesidad de una educación orientada a cambiar el mundo”, “la escuela es un sistema autoritario, disciplinador y reproductor de los intereses de los sectores que tienen el poder y, evidentemente, estos sectores, como decía Freire, no se suicidan.”(p.7). Es por esto mismo que los programas de capacitación ya sea a nivel terciario o capacitación continua no se centran principalmente en hacer que el docente reflexione sobre sus propias prácticas y las transforme, sino más bien son capacitaciones enfocadas en el modelo tradicional de enseñanza y sus objetivos son meramente comerciales para unos y de puntaje para otros.

A partir de lo dicho anteriormente surge el segundo aspecto de este problema. “Sin tomar consciencia, nada puede comenzar” (Lens 2013). Sin reflexión sobre nuestras propias prácticas no hay cambio, ya que al desconocer la situación real no podemos transformar la misma. Es por ello que los docentes progresistas necesitamos tomar distancia epistemológica de nuestras prácticas, esto es, una distancia reflexiva que nos permita ver la situación, analizarla, pensarla, y transformarla. Es salir de nosotros mismos, de nuestros hábitos y subjetividades, y entrar en una esfera objetiva desde la cual podamos reflexionar teóricamente. Sin embargo, debemos ser conscientes que esta reflexión debe llevarnos a un cambio coherente entre lo que decimos y lo que hacemos. Debemos llegar a la instancia en que aquello sobre lo que hemos reflexionado y deseamos cambiar, sea una realidad concreta, veraz. Pero lo más importante a destacar aquí, es que al adoptar esta metodología de formación basada en la reflexión, nuestras prácticas pedagógicas serán una realidad más sustantiva y menos subjetiva.

Ahora bien, el tercer aspecto está relacionado con la toma de posición epistemológica y la reflexión sobre nuestras propias prácticas docentes, esto es el resignificar y transformar dichas prácticas y las relaciones que de ella surgen en tres distintos niveles. El primero de ellos es como docentes. Menciono nuevamente que si no comenzamos nosotros mismos por tomar conciencia de esta situación, nada podremos hacer, y nada será hecho. Si bien no existe ningún método a seguir, ninguna fórmula o receta pedagógico-didáctica, sí podemos ser críticos en cuanto a nuestras relaciones, experiencias y prácticas. Personalmente he dedicado tiempo, aún no suficiente, a este asunto y he encontrado que no hay nada más satisfactorio en nuestra labor que ver cómo se producen cambios lenta y paulatinamente. Ciertamente se producen cambios en nuestra práctica y podemos percibirlos. Esto verdaderamente nos anima a seguir reflexionando y repensando nuestra tarea.

En segundo lugar debemos resignificar y transformarnos respecto de la sociedad. Esto implica que debemos estar alfabetizados políticamente, no el sentido más general de la palabra, sino en el significado intrínseco y más rico, que es aprender a reconstruir crítica y cotidianamente nuestra realidad. Para esto debemos ejercitar permanentemente nuestra capacidad de comprensión en cuanto a lo que leemos y a lo que miramos. Debemos ser críticos respecto de todo aquello que es mediatizado. Este es un pilar fundamental que nos permitirá llevar a cabo nuestra labor diaria de formar seres críticos e independientes con capacidad de analizar la realidad por sí mismos. En este punto debemos entender que somos nosotros, los docentes, quienes formamos y transformamos a los estudiantes y no las tecnologías, ya sean tradicionales o nuevas. Estas últimas nos sirven de apoyo como herramientas que son, pero sin una verdadera reflexión, resignificación y transformación del uso de las mismas en la enseñanza, nuestras prácticas serán mediocres y mecanicistas.

En tercer lugar, debemos resignificar nuestra relación respecto de la comunidad educativa y la institución en que nos desempeñamos. Personalmente, por mucho tiempo creí ser apolítica en mi práctica docente diaria, pero luego me di cuenta que esto es imposible. El simple hecho de creernos apolíticos implica una clase de politicidad, sólo que ésta es mediocre y para nada progresista. Esta reflexión surgió de mi experiencia personal, pero principalmente tras la lectura reciente de muchos autores conocidos como lo son Freire, Giroux o Lens. A la luz de dichos autores pude ver y entender más claramente cuán crucial es que nuestra postura frente a las prácticas educativas sea clara respecto de la educación, los estudiantes y la institución donde nos desempeñamos, aunque esta última aún pretende ser apolítica. Si bien es cierto que en este camino nos encontramos con mucha resistencia por parte de todos los sectores, ya que no es fácil salir de nuestra posición rutinaria, sabemos y entendemos que el fin último de la educación es desarrollar en los educandos una personalidad crítica y creativa en un ambiente en el cual puedan experimentar la libertad que tal personalidad trae. Aún  así, he visto y veo muchos docentes que no se preocupan por resignificar sus prácticas, ofreciendo así una labor tediosa a los educandos con los que ‘educan’ a diario, y digo ‘educan’, pues no es una verdadera educación si la misma es mediocre y carente de libertad de expresión y creatividad. Sin embargo, y para mi buen placer, también me he encontrado y trabajo en la actualidad con educadoras progresistas, quienes verdaderamente reflexionan, resignifican y transforman sus prácticas a diario, o al menos lo intentan. Asimismo, pude conversar con padres que manifiestan estar preocupados por esta situación y que anhelan ver un cambio desde los docentes. Ellos han reconocido educadores progresistas a cargo de sus hijos, quienes han tenido un desempeño, no solo académico sino también personal, mucho más elevado, por lo tanto desean ver éste mismo cambio desde otros docentes y desde las instituciones.

Por último, y no por ello menos importante, la tarea de resignificar y transformar nuestras prácticas pedagógicas no se escapa del aula, más bien también allí encuentra su lugar. Si verdaderamente somos educadores y educadoras progresistas, necesitamos reflexionar e investigar intensa y continuamente sobre nuestras experiencias y prácticas. Es fundamental que reflexionemos en cuanto a cinco instancias (Lens, en La Toma de Posición Epistemológica sobre las Prácticas Pedagógicas en las Instituciones y en las Aulas, pp. 12, 13): (1) los objetivos de la educación, (2) los contenidos programáticos de la educación, (3) las relaciones de enseñanza-aprendizaje, (4) la metodología de estudio y lectura, (5) la evaluación y acreditación.

Por todo lo dicho hasta aquí, es fundamental que cada docente que forma como el que está siendo formado, no se quede con una idea naturalizada de la realidad, sino que necesitan reflexionar sobre el hecho de que, en palabras de Freire en el Congreso Internacional Nuevas Perspectivas Críticas en Educación, dado en Barcelona en 1994, “una pedagogía que no gire en torno de la lectura del mundo, que se anticipa a la lectura del texto, para después volver a la lectura del mundo, es una pedagogía nefasta”. Necesitamos que cada uno de los integrantes asuma la responsabilidad que tiene de reflexionar y transformar su realidad inmediata y circundante. No nos basta con la educación instruida y dirigida de los profesorados y cursos de capacitación. No es suficiente con esto. Lo que podemos hacer es seguir a aquellos que nos anteceden. Paulo Freire, en el cuarto capítulo de su libro Cartas a Quien Pretende Enseñar (Siglo XXI Editores Argentina, 2004), nos dejó ideas sobre las cuales podemos reflexionar y poner en práctica. En primer lugar, la que más me llamó la atención es cuando menciona el hecho de ser humildes. “La humildad nos ayuda a reconocer esta sentencia obvia: nadie lo sabe todo, nadie lo ignora todo. Todos sabemos algo, todos ignoramos algo.” (p. 60). Luego añade que debemos “escuchar con atención a quién nos busca, sin importar su nivel intelectual.” Esto indiscutiblemente nos lleva al diálogo con los distintos actores de la red educativa, ya sea alumnos, padres u otros docentes, así brindamos una atmosfera democrática, y nos hacemos críticos de nuestra propia tarea. Más aún, Freire afirma que un docente debe “ser consciente de que se debe tener una formación sólida en referencia al tema que quiere compartir con su clase. Un docente nunca debe enseñar lo que no sabe, y esto exige su formación continua (que deberá ser realizada a conciencia)”.

Para concluir, puedo decir que en todo proceso de formación docente, sin reflexión sobre nuestra propia práctica nada puede cambiar. El cambio empieza por nosotros hoy. Cada día es un hoy que no debemos desaprovechar ni desperdiciar. Como docentes progresistas debemos resignificar constantemente nuestras prácticas pedagógicas y transformarlas en cada uno de nuestros entornos responsablemente. Más aún, como dijo Giroux en Los Profesores como Intelectuales (Piados, 1990), “si los profesores han de educar a los estudiantes para ser ciudadanos activos y críticos, deberían ellos mismos convertirse en intelectuales transformativos”.