Esculpir alumnos críticos y reflexivos, un arte olvidado
Partiendo del título que embala este escrito, la educación es un proceso artístico. Los estudiantes son como mármol blanco que esperan a ser esculpidos por un Miguel Ángel, un sistema con profesionales que les den la forma y el acabado exterior requerido a semejanza de un David. Para que los jóvenes aprendan a pensar, puedan tener pensamiento crítico y reflexivo, hace falta una cosa imprescindible, alguien que les enseñe a pensar. Se que lo argumentado puede parecer muy evidente, pero no para el sistema de educación público. Actualmente, soy un estudiante universitario en recuperación. Recuerdo como de chico disfrutaba mientras aprendía. Pero el sistema público de enseñanza me arrebato la curiosidad que de niño tenía, la curiosidad infantil con la que todos nacemos y que de poco a poco se ve castrada por el mismo, abocándome a un precipicio de ignorancia y de pocas ganas de aprender, el más difícil de escalar. Pero ese no tendría porque ser el caso de los niños de ahora, si al menos se luchara por fortalecer la singularidad y el interés por aprender que cada uno tiene. La inteligencia humana sufre una crisis. El sistema educativo, desde mi propia experiencia, sufre un desajuste entre los contenidos que sus planes de estudios ofrecen. Muchas veces no toman en cuenta las necesidades educativas y los intereses reales del alumnado. Se les exige tomar apuntes y que estudien para sus exámenes, pero hace falta mucho más que eso. No recuerdo de niño haber tenido un maestro que le interesara lo que yo pudiera pensar u opinar sobre lo enseñado. Muchos niños prestan atención al profesor solo para poder cumplir con lo que se les exige y no por genuino interés al aprendizaje, pero ¿cómo culparlos? Profesionales del sistema deberían estimular a los jóvenes a sentir pasión por leer, aprender y cuestionar, sin embargo, aparenta ser que la única misión de estos es obedecer el currículo, que en la mayoría de las veces resulta ser más teórico que práctico, y someter a sus estudiantes a seguirlo. Tal y como dijo el escritor Julio Florencio Cortázar en un artículo publicado en 1939, ser maestro significa mucho más, implica “construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo” y “estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización.” Más allá de las ciencias y las matemáticas, del proceso enseñanza-aprendizaje, es vital que los jóvenes cuenten con un espacio más interactivo en el que puedan desarrollar sus habilidades de pensamiento crítico para resolver problemas dentro y fuera del aula y discernir entre la información que es relevante y la que no, que puedan expresar sus opiniones y tener visión de futuro. Enseñarles a pensar es igual de importante o necesario que enseñarles a sumar y restar. Cuando muchos de los educandos se gradúen, les tocará enfrentarse a un sistema muy competitivo donde la proactividad es una de las aptitudes laborales más valoradas. Estos necesitan destrezas que les permitan afrontar los distintos retos sociales que vienen atados a la adultez y para los que nunca se me preparó. Por eso, la misión de los maestros no solo debe ser que sus alumnos aprueben el grado, pero esculpirlos para enfrentarse al mundo universitario y laboral. Para eso, es necesario la aplicación de metodologías activas que despierten en ellos el interés y la motivación, como: estudios de caso y proyectos en equipo, induciéndolos a compartir opiniones con el maestro y sus compañeros, a cultivar relaciones. También, favorecer un aprendizaje autónomo. Esta muy bien que el maestro les facilite el material, pero no ayuda mucho que la única tarea del estudiante sea copiar lo escrito en el pizarrón. Ayudaría muchísimo más que los niños tuvieran participación en su propio aprendizaje, que se les enseñe a investigar y a descubrir su propia respuesta, su propia verdad. Cuando niño, hubiese sacado mayor provecho a ese tipo de técnicas. Esto no es únicamente una señalación al fallido sistema y los incompetentes dentro de él, pero una invitación a juzgar sus fallas, lo que hace falta para que mejore, y por supuesto, a luchar en favor de esas mejoras para que nuestros jóvenes se vean beneficiados. Quiero ver líderes, no más seguidores. Estudiantes jóvenes con pensamiento propio, capaces de analizar, tomar decisiones prudentes y defenderse de las injusticias que se cometan en su contra.
Bryan Gutiérrez Echevarría Comunicador & Relacionista Profesional bryangutierrezblog@outlook.com
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