Ayuda Unificada Para la Prevención del alcoholismo (AUPA) La candela se apagó.
Se llamaba Candela, era una chica inteligente, de belleza inusitada. Como nadie, ella sabía lo que era sentirse embriagada, borracha, sedienta de experiencias; su ansia por devorar la vida, le llevaba a buscar sus deseos donde fuera, sabía que el mundo le ofrecía grandes cosas, bellísimos momentos, felices situaciones y no estaba dispuesta a perdérselos. Su carrera como joven abogada de un prestigioso bufete era prometedora, había trabajado muy duro para conseguir lo que tenía y no estaba dispuesta a que nada, ni nadie se lo arrebatara.
Durante una hermosa velada ofrecida por los marqueses de Sotoviejo en los verdes jardines de su palacete balear, Candela probó los deliciosos vapores de un selecto wiski de Malta reserva 18 años, aquel dorado líquido, se introducía en su cuerpo de forma proporcional a su extraversión. Contó extravagantes anécdotas de la universidad, rió, escuchó con interés los relatos de los demás invitados, fue sin duda, el alma de la fiesta, todos querían estar junto a ella, sin dudarlo, aquel vaso de licor le había hecho sentirse bien, por lo que había hecho sentir muy bien a los demás.
Un día, el más hermoso hombre que nadie pudiera imaginar, le invitó a salir, ella tomó 2 o 3 copas de un delicioso champagne francés y estuvo encantadora, se sintió pletórica, segura de si misma, seductora, atractiva, inteligente, perspicaz, joven, bella; sin duda aquel brebaje tenía algo mágico, tenía algo que le transformaba en sus ser invencible, un alma libre y poderosa que podría conseguir todo lo que se propusiera.
Fue aquel día, cuando se dio cuenta donde debía buscar su futuro, debía mirar a menudo en el fondo de un vaso, el le diría que pasos debería seguir, desde luego; la vida no le podía ir mejor, iba todo sobre ruedas.
Quería mirar dentro del vaso a menudo, no fuera que se le pasaran las indicaciones por inconstancia. Sacó de la vitrina las soberbias copas de su cristalería de bohemia, extendió un mantel de finísimo lino blanco, encendió velas blancas sin perfume para no perturbar la cata, engalanó con flores su luminoso y señorial salón de corte modernista, decorado con cristal ácido, metales cromados, y terciopelos marrón chocolate , invitó a los más guapos y atractivos conocidos de su entorno, amigos de la universidad, del trabajo, de su infancia, se puso su vestido favorito y bebió, en buena compañía, hasta el amanecer un delicioso vino tinto de la ribera del Duero, hasta el punto de que al día siguiente no recordaba si el fondo de la copa le había hablado.
Lo que empezó como una forma de beber esporádica para desinhibirse socialmente, fue rápidamente convirtiéndose en frecuente, pero por más que su boca, nariz y ojos inclinaban el vaso para verter el líquido dentro de su garganta, y dejar despejado el fondo del cristal, allí no encontraba nada, tan sólo, decepción y fracaso. Pensaba que por algún motivo que ella desconocía, un día inclinaría el vaso y encontraría en el fondo la receta para alcanzar sus deseos, sus metas, su anhelos, hasta ahora le había ido de maravilla. No cejaba en el empeño, todos los días buscaba la escusa para inclinar el vaso, al que ella, sin saberlo, había convertido en oráculo, un talismán que no dominada. Por más que tragaba el líquido espirituoso, para llegar a ver ese culo de vaso lleno de claves con las que seguir la yinkana de la vida, la impenitente lucha no daba frutos.
Pero el viejo sistema empezó a tener fallas a la segunda copa empezaba a ver mal , iba perdiendo el entendimiento, se movía de forma torpe; Candela pensaba que era por eso por lo que no lograba entender lo que el fondo de la copa desde hacía tanto tiempo le estaba intentando decir. Siguió intentándolo de forma compulsiva, no podía parar, le obsesionaba ¿porqué de repente, no entendía nada?, ¿porqué sólo veía un vaso tristemente vacío, un tosco pedazo de cristal?, y sobre todo, lo más importante, ¿porqué no lograba recordar que era lo que estaba buscando, en el fondo del vaso?.
Aquello le preocupaba, le enfurecía, le hacía sentir mal, lo que provocaba que siguiera bebiendo. ¿Donde habían ido sus sueños?, ¿donde estaba su innata alegría y optimismo?, ¿que había sido de todas aquellas cosas bellas que la vida, un día, no hace mucho le ofreció?,
Cuando Candela ya había perdido toda esperanza de encontrar algo de luz en el fondo de una copa, un día, ocurrió el milagro.
Levantó por última vez la copa y miró en el fondo, no daba crédito, tanto tiempo esperando y por fin el día de la revelación había llegado.
- Era eso!!!, era eso!!!,
No paraba de repetir; como había estado tan ciega, por fin el frío cristal hablaba, le explicaba, le asesoraba, le hacía recordar cual fue su horizonte algún día, que camino debía haber tomado; que tortuosa espera, que infelicidad inmerecida, que desilusión.
Cuando aún tenía el brazo en alto sujetando la copa contra sus secos labios, miró a través del grueso cristal, vio una anciana, ajada, seca, enjuta, con mirada triste, cara de haber sufrido en la vida terribles desgracias, parecía un cadáver manipulado, torpemente y sin destreza, por unos hilos invisibles; su tez era extremadamente blanca se podía adivinar que hacía años que aquella vieja no salía de casa, era como una perra apaleada, acobardada e indefensa, con mirada perdida y lacrimales enrojecidos. Candela no pudo soportarlo y quiso dejar de mirar en el fondo del vaso, no entendía porque le mostraba aquel lamentable ser, por lo que lentamente entresacó el vaso de sus dientes y los despegó de sus labios, fue flexionando el codo para dejarlo en la mesa que estaba a su lado, levantó la mirada y vio frente a sí, un espejo, en él estaba la pobre anciana, en ese momento se dio cuenta, se trataba de su reflejo, no se reconocía, no había ni sombra de la Candela que alguna vez existió, miró a su alrededor y no había nadie, ningún apuesto hombre a su lado, ningún amigo, ningún familiar querido, ni, por supuesto, nada de los lujos que algún día le habían rodeado. Estaban sólo ella y su arrugado cuerpo, sentada en un sillón de orejas, miró sus pies, donde antes veía unos bonitos zapatos, ahora encontraba unas mugrientas zapatillas de felpa marrón………., miró el periódico y espantada comprobó que en el encabezado ponía 16-02-2010, cumplía 65 años y no la habían querido, no había querido, no había vivido. Su obsesión por mirar dentro del vaso le había hecho no dedicar tiempo más que a eso, su vida durante 40 largos años había girado en torno al alcohol, y no se había dado cuenta que la vida le había atropellado, le había pasado por encima, y ella, ni siquiera se había acercado a pasar por la vida.
Virginia López Bello
Centro Aupa (Madrid)
www.centroaupa.com
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