Recuerdos de la horrible noche
En París, ciudad donde me encontraba por la época, la muerte de Galán ocurrió el 19 de agosto entre las tres y las cuatro de la mañana. Mi padre, sin caer en cuenta de la diferencia horaria me llamó apenas supo, pero yo me había quedado en la residencia de unos amigos canadienses y por eso sólo supe la noticia cuando regresé a mi residencia, a eso de las 10 de la mañana. En uno de esos papelitos donde los recepcionistas anotan los recados decía: "Monsieur Galant est mort" (El señor Galant ha muerto). Obvio que al leerlo no pude entenderlo y tuve que devolverme para preguntarle al encargado quién había dejado ese mensaje. El hombre me contestó que quien le había entregado el turno le había contado que la llamada era de Colombia y que sólo logró entender eso. Pero yo me resistía a creer. Como sabía que eran las tres de la mañana en Colombia y quería creer que sólo se trataba de una pesada broma de algún colombiano amigo, decidí esperar hasta las 12 del día para llamar a mi familia. Esas dos horas siguientes fueron horribles. Prendí el televisor y la radio al mismo tiempo, pero nunca dijeron nada de Colombia. Al medio día logré hablar con mi padre. Estaba muy triste. "Lo mataron, mijo, lo mataron. Mataron a Galán... Mataron el futuro del país...", me dijo en un tono de confusión y rabia. De esa hora en adelante viví uno de los días más desoladores de mi vida. Mi dolor fue profundo y tuve que soportarlo completamente solo, en una tierra extranjera, en donde a casi nadie le importaba esa funesta noticia. Mi primer impulso fue escribirle a Carlos Medina con quien tenía una comunicación constante y quien era uno de los galanistas más radicales. Él decidió publicar esa carta en una de sus columnas periodísticas del único Diario de la época. No recuerdo exactamente el contenido pero sí el odio que me inspiró, pues Luis Carlos Galán era para todos nosotros, sus conmilitones, una especie de altar político. Su discurso, en el sentir de algunos, plagado de lugares comunes y sin una orientación ideológica clara, tenía una fuerza sentimental portentosa y transmitía la ilusión de una revolución pacífica por medio de la cual transformaríamos muchas de las costumbres políticas del país. Su erudicción producía en todos sus amigos, a más de una admiración sin límite, el convencimiento de que era el hombre más preparado para dirigir los destinos de la Patria. "Un tipo tan inteligente y culto no podía menos que gobernar sabiamente", pensábamos. Su valor en la lucha contra todas las modalidades de la corrupción, aunque desviada por los medios hacia la versión de la lucha contra el narcotráfico, daba al país una confianza que no sentía con ningún candidato. Sus planteamientos sobre el suprapartidismo siempre tuvieron una ligadura fuerte con el partido liberal, siendo esa la razón para que nunca hubiera propuesto la creación de un nuevo partido de centro izquierda y, por el contrario, hubiera sido tan insistente en la necesidad de modernizar y fortalecer los partidos existentes. Su posición ideológica, aunque algunos insistan en desconocerla, era clara, pero permanentemente actualizada, pues él era un político definitivamente conectado con el mundo. Su compromiso con los pobres era sincero.
Por todas esas razones, y muchísimas imposibles de escribir en este reducido espacio, no podía caberme en la cabeza que hubieran matado a Galán. No podía, no puedo aun aceptarlo y no lo aceptaré jamás porque cuando un hombre como ese muere, el batallón de sus ideas se vuelve invencible.
Carlos Mauricio Iriarte Barrios http://carlosmauricioiriarte.blogspot.com
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