Crónica del último invierno: un viaje a los suburbios de la Transición
Hay muy poca literatura que refleje la Transición española, pero mucha menos que lo haga con los aciertos con que Luis Quiñones, en su cuarta novela, “Crónica del último invierno” lo hace. Con la publicación de su cuarto libro, el autor de "Un hombre detrás de la lluvia" o "Los papeles de Madrid", vuelve con una novela que redunda en rescatar a los excluidos de los grande procesos históricos.
La Transición, ese proceso político últimamente idealizado, es el escenario en el que se desarrolla la novela. Sin embargo, no es una novela que desvele los pactos que se realizaron en los salones de la política, ni en las encrucijadas de unas circunstancias internacionales que tutelaron el proceso y del que se nos ha hecho creer que emanó del propio pueblo español. De espaldas a este discurso oficial, la novela de Luis Quiñones afronta magistralmente el problema de los barrios de Madrid, los suburbios que fueron creciendo en la ciudad desde los años cincuenta, recibiendo a los desterrados del campo, que se convirtieron en los desterrados de la ciudad.
A partir de un personaje ficticio, el joven Quito Muñoz, el protagonista de la novela va desvelando la biografía de este muchacho desaparecido en el año 1977 y cuya única pista para averiguar qué sucedió con él llega con la fotografía en la que fue captado casualmente participando en la manifestación organizada con motivo del funeral de los abogados laboralistas asesinados en su despacho de la calle de Atocha. El investigador, un periodista jubilado, reconstruye la desaparición del chaval redactando la crónica de aquel invierno. Y a la vez que esto ocurre, el narrador desdobla su voz para dar rienda suelta al recuerdo poético, a la evocación lírica de un tiempo en que los barrios no tenían aceras y la heroína hacía estragos entre los jóvenes de finales de los años setenta.
La obra, perfectamente trabada, es capaz de articular tres discursos y conformar un conjunto sólido. Las tres voces intercaladas hacen de la obra un auténtico ejercicio de orfebrería, tal y como ya había utilizado como técnica literaria en su primera novela, “El retrato de Sophie Hoffman”. Pero esta vez con el trasfondo de lo biográfico, lo íntimo y lo personal que supone el uso del recuerdo y del relato oral, que va reconstruyendo la genealogía de los olvidados.
“Crónica del último invierno” no solo provoca el placer de la lectura de lo que está muy bien escrito, es también un ejercicio de ardua documentación histórica y un ejemplo de cómo el autor maneja la narración con una sabia maestría que, eficazmente, utiliza política y éticamente en favor de los perdedores de la historia.
Lola Herández.
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